16 septiembre, 2010


Instructivo N° 4


Empezar a caminar puede llevarse a cabo de muchas maneras, siempre y cuando usted se atenga a una regla básica e inamovible, que involucra en exclusivo al uso paulatino de los pies y los pasos. Toda trasgresión a la norma, léase inventos expeditivos de la raza (correr, bailar, patear, calzarse un zapato), deberá considerarse con prioridad y bajo su propio riesgo, ante la ocasión de afrontar una querella por regalías y derechos de autor.

Para caminar es preferible no esperar mucho tiempo, no vaya a ser que el evento lo sorprenda en plena actividad impositiva y con problemas de postura, ya sea a causa de la edad o la inclinación política. En relación a las inclinaciones más o menos aconsejables, la OMS recomienda unos precisos noventa grados con respecto al suelo en la etapa próspera del caminante (el grado óptimo dependerá del nivel de vida que nos preste la misma, no tanto como la edad que uno cargue en el cuerpo). Para no embarcarnos en habladurías de mesa y café, partamos del estado básico y natural que lo calificará a usted para esta empresa: estar parado (Nota: si este instructivo es consultado con motivos didácticos e involucrando a un tercero nato y precoz al que se intentará heredar la verticalidad, déjelo en el piso y gateando, hombre, ya tendrá bastante luego con todo lo heredado de usted).

Estando ya parado verá que nada es fácil desde tal altura, y sin apunarse, recuerde el principio básico de la ley de gravedad: todo cuerpo (el suyo en este caso) tiende a caer hacia el centro de la tierra (la masa debajo de sus suelas), y si usted no mantiene el equilibrio va a romperse los cuernos (gravedad). No hablaremos de la manera en que mantendrá el equilibrio, porque hoy como está el mundo sería utópico lograr un buen balance.

Bien, entonces usted se va a ir de bruces al suelo; recuerde que tiene a mano, o pie, los pasos. Nada de baile, en un santiamén llegarán los inspectores. Comience de la siguiente manera: cuando el ángulo de noventa grados que forma su cuerpo con respecto al piso disminuya, y note al plano horizontal con un tinte surrealista ante el brusco cambio de posición, cierre los ojos y piense en alguna litografía de Escher. Visualice en mente todas las convexidades que pueda generar su imaginación; sienta el mareo, y verá luego que el piso comenzará a acercarse hacia su nariz como aquella vez que de niño recibió un bello puñetazo del matoncito de la otra cuadra. Y usted no quiere moretones ni magulladuras en su rostro; con lo que le devuelve el espejo cada mañana es suficiente. Contrariamente a lo que imagina, para dar el primer paso no hay que estar seguro de nada, ni habrá que armarse de valor y confianza; todo lo contrario. Si usted siente su fe inquebrantable, pronto yacerá en posición decúbito dorsal en la guardia más próxima de algún hospital de mala muerte. Vuelva a imaginar esa innegable realidad: salud pública. Horas de espera, camillas y pasillos solitarios, enfermeras gordas y viejas fumando en los rincones, doctorcitos veinteañeros recién escupidos de la facultad, sonriendo sin poder desbaratar el nerviosismo en sus facciones, y de pronto allí el dedo índice enguantado, ejerciendo una pequeña presión en su tabique nasal, conviertiéndose en el dolor más desgarrador que emerge desde lo hondo de sus entrañas en un grito baboso y aniñado, digno de un pusilánime. Querrá salir corriendo, por supuesto. Pero espere, que primero hay que caminar.

Con todo el horror encima oprimiéndole el pecho y usted yendo derecho al desastre en el pavimento, intente lograr un indulto consciente para que ese espanto quede libre de toda culpa en su cuerpo. Luego de poner la casa en orden, dele una delegación típica de oficina, y me lo asigna del pecho al pie con orden de ejecutar un primer paso (si es supersticioso mucho cuidado que no sea el izquierdo). Entonces verá usted cómo el pie sale disparado hacia adelante, e inmediatamente su suela quedará plasmada en el piso. No empiece con festejos y deje las morondangas para Armstrong, que ahora viene lo más difícil; dar otro paso. Venga; allí está usted de piernas abiertas, y en un principio ha burlado la ley de gravedad. Ahora será importante rescatar el pie izquierdo. Pero claro, reconducir el miedo inicial del pie derecho a su contraparte sería echar por tierra todo el arduo trabajo que ha llevado adelante desde un principio. Deje el pie con su miedo allí dentro, esa será su motivación de ahora en más.

Llame a alguien. Seguramente estará dando un espectáculo en la vía pública, y varios transeúntes disfrutan de usted y su perseverancia para aprender a caminar. Ya con su colaborador elegido, dígale que junte las monedas y los magros billetes que la concurrencia habrá aventado tras algunos aplausos, y los guarde en su bolsillo. Que se quede con algo de propina; sea buen samaritano. Le indicará lo siguiente: es necesario que se ubique detrás de usted, muy cerca, y con uno de sus pies (no los suyos, ya están ocupados), le pise la suela trasera izquierda, justo en el talón, gritando de manera épica el nombre Aquiles. Verá usted que bastará ese toquecito inocente para que su pie izquierdo salga de manera automática en busca de su hermano derecho. Ahora será cuestión de intercalar los pies y los pasos, encontrando el ritmo y la coordinación a medida que siga los ejemplos de Frankenstein en primer término, Verbal Kint en el nivel medio, y Tony Manero al alcanzar la plenitud del caminar.

He aquí la técnica descrita en su totalidad. Miedo a caer en la derecha, cuidado que lo pisen por detrás en la izquierda. Usted no tiene más que pensar. Los pies, cada uno por su lado, responderán a sus patologías de manera automática, a no ser que alguna vez se le de por hacer terapia y encuentren la razón verdadera de su accionar. Si esto sucede, la casa no se responsabiliza por daños y perjuicios; buscará entonces nuevos traumas para sus pies.

Ahora usted sabe cómo caminar. Limítese a fluir entre paso y paso, firme y hacia adelante. Salga, coma veredas, experimente en la hierba, la tierra del campo, cualquier superficie sólida es la mejor opción. No se deje tentar por las extravagancias; deje las hazañas a Jesucristo o Michael Jackson, y en cuanto hacia dónde ir, hágale caso a Machado.


4 comentarios: on "Instructivo N° 4"

Juan Cruz Mateu dijo...

De a poquito vamos a ir mechando lo que quedó en los otros blogs, sí. Un abrazo, amigo.

ADENOZ dijo...

Esto es un instructivo de kinesiología?

Juan Cruz Mateu dijo...

No, pero me diste un tópico para hacer uno sobre masajes, a ver si en algun momento sale.

Un abrazo marce!

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