Los absurdos de la vida (usted ya sabe a lo que me refiero cuando digo la vida; pero usted es usted, y sabrá mucho más que yo sobre sus absurdos: dónde vienen, adónde ponerlos, dónde irse y adónde ponerse); decía, los absurdos se incrementan día tras día como los soldados en Medio Oriente; se han vuelto una gran pasta uniforme. Si quiere pensar en un chicle recién masticado presto a embadurnarle toda la existencia, hágalo; verá que es buen ejercicio para ganarse una patología fructífera. Engominar el organismo con soluciones en cápsulas no es lo suyo, y busca imperiosamente una salida ante el caos de la vida y sus absurdos. Usted elige fumar.
Fumar es igual que inmolarse a crédito, pero con otras cosas más pintorescas en el pensamiento. Una manera más sutil de olvidar hasta la misma muerte de uno; fume usted y quizás venga la Parca, pero se llevará consigo a la tumba el glorioso recuerdo de haberle empapado el humo en la cara antes de la guadaña.
Para fumar no hay lugar ni horario, sino situaciones propicias: un hechizo de amor golpeando en el subconsciente mientras se destripa el sentimentario, las personas-presionan que se cuelgan como alfileres de gancho en toda la piel, el impuesto del mes pasado en el buzón equivocado, los sesenta segundos que hay en un minuto, los sesenta minutos que hay en una hora... (estos ejemplos no dejan de ser azarosos; piense usted en el abanico de sus absurdos y aletéelo por un momento; llénese del vasto río, impregne sus piernas en el fango y respire el fulgor de la cloaca hasta reinar en la náusea).
Llega el instante de la vena en la sien pidiendo auxilio.
Busque un cigarrillo. Piense lo siguiente: hasta donde usted sabe, no ha visto un cartel que prohiba fumar. Eso exonerará la culpa ante algún escrúpulo impertinente. Pero si es usted de los que gustan la adrenalina, mire antes a todos los flancos hasta encontrar la advertencia, sonría como niño, y préstese a fumar de la siguiente manera: extienda la mano que más tenga a mano, abra la palma, y muy lentamente haga una caricia; no piense dónde, sino en la simple y absurda acción de la materia ocupando su espacio en el universo. Sienta cómo el aire cede ante el movimiento, de qué manera debe expandirse ante el paso de su carne. Si cierra la mano, tendrá un leve pedacito de magia consigo. Ahora bien, le quedan dos cosas por hacer: se lo guarda en el bolsillo y corre a casa para invertirla en correrías, risas y barriles de felicidad, o deja esa misma magia allí, para realizar un verdadero truco. Tome un cigarrillo por la punta, e introduzca levemente en su boca el extremo naranja (nota: es imperiosamente necesario fumar cigarrillos con filtro; ya dice la ley que el fumar es perjudicial para la salud, y pre-judicial ante los efectos de un carcinoma; por favor, cuídese el juicio, no tanto como el prejuicio). Luego de cavilar ante la moralina, busque fuego por sus propios medios; aunque un encendedor o caja de fósforos vendrían de perillas. Si no lleva consigo, recorra las calles lindantes, encuentre una persona en situación de calle y pídale amablemente lumbre (sea cortés; regálele el paquete).
Para encender un cigarrillo es necesario asustarse. Con el mismo ya en la boca y el fuego al acecho, piense en el viejo de la bolsa, o si sigue con la persona en situación de calle, aproveche la oportunidad de mirarla fijamente al fondo de sus ojos. En seguida sentirá cómo el pánico toma su mando, y de repente llega el sobresalto como un golpe de cañón al pecho; de forma leve y precisa, mientras sus pelos se erizan aspirará una bocanada de esa misma magia que tuvo antes en su mano. Es necesario actuar inmediatamente ya que el instante durará una milésima de segundo y usted no querrá otro susto, claro; cuando aspire, lleve el fuego a la punta del cigarrillo, piense en un foso vacío, usted en caída libre y zás, ha encendido por primera vez un cigarrillo.
Ahora deguste el humo que nace de la brasa. ¿Puede escuchar un leve quejido? Es el tabaco clamando a la madre tierra; usted es ahora dueño de un incendio forestal minimalista.
Procure no olvidar lo siguiente: una vez inspirado el humo, nunca intente olvidarse del asunto e irse a jugar un numerito a la quiniela, porque al humo no le interesan los cursos de anatomía. Una vez adentro, hay que sacarlo. Muchas personas optan por formas atípicas y peculiares, como exorcismos u órdenes de desalojo; en esta ocasión buscaremos una solución simple y certera. Tome una extensión de alambre, forme en un extremo un pequeño círculo, busque un vaso con agua y jabón, inserte el alambre en el mismo, y luego sople sobre la espuma que se extenderá en el círculo. O sea; haga pompas de jabón y acabemos de explicar, que para fumar estamos.
Mire.
La magia atrapada en una pompa, ¿verdad? Pocas cosas son tan bellas como crear desde las entrañas; todo tiende a impartir nuevas reglas y sabores; regocígese en las formas y matices del gris. Optará luego por decorar el mundo con su imaginación; cartas documento, declaraciones juradas, ramilletes de flores, y a medida que su capacidad pulmonar vaya decreciendo, locomotoras, dinosaurios, corazones y simples argollitas con su último aliento. Ha completado el truco y la vida es mucho más placentera mientras usted fuma.