02 mayo, 2010


Catalizador


Apenas vio la luz en las salas de cine, “Misión a Marte”, film del talentoso Brian De Palma, acabó destruido bajo el yugo de la crítica especializada; muy pocos fueron benévolos en su apreciación, y en verdad, pueden entenderse las razones hostiles con el resultado final: objetivamente es una cinta obvia, fofa y llena de clichés. Más allá de estos detalles, personalmente creo que la crítica y gran parte del público no han entendido absolutamente nada. O quizás aquí entren en juego cuestiones subjetivas, que me han llevado a encontrar lo que otros no han visto en el film; de ahí el título de esta nota. Porque “Misión a Marte” no es una película de ciencia ficción, viajes por el espacio y suspenso; tampoco cuenta la historia de un rescate en el lejano planeta rojo, que deviene en el primer contacto de la raza humana con una civilización extraterrestre. Eso es sólo la cáscara del motor primigenio que late durante el transcurso de toda la cinta. Porque el film de Brian De Palma es, sobre todo, una historia de seres; un relato del ser, que pone en primer plano las cualidades que nos hacen lo que somos, humanos, por encima del gran apartado científico que prima a través de toda la trama. Es una historia de viajes, sacrificio y heroísmo, y a su vez, un relato de historias individuales, tan pequeñas a simple vista, pero tan enormes cuando se mira hacia adentro. Así como el espacio interminable se extiende allá afuera, De Palma hace hincapié en lo interno, en las marcas, lo que nos retrasa, nos frena, nos clava al piso sin poder despegar, y bucea en la idea del viaje, en este caso el viaje interno, para finalmente encontrar la liberación, la consciencia, el movimiento necesario para dejar ir, soltar lastre y fluir, levantando vuelo hacia un nuevo camino.




Entre naves espaciales, interminables botones, paneles, luces y efectos especiales, allí en el vacío y la total soledad del espacio exterior, De Palma traza el escenario para desplegar el verdadero viaje, ese devenir en el que Jim encontrará el rumbo, el centro, su hogar, la historia de aquí en más, lejos, tan lejos de todo como tan cerca de uno mismo, de lo que él es, y muchas veces somos.

Jim es un experimentado y exitoso astronauta que se ha preparado gran parte de su vida para lograr una hazaña histórica: ser el primer hombre en pisar el planeta Marte. Y no está solo en esta empresa, sino con grandes compañeros y amigos que son parte de la misión. Inclusive su mujer, también astronauta, participa del combo; junto a ella, Jim ha compartido su vida tanto como su trabajo, entrenando, proyectando y preparando ese gran viaje que les había sido asignado y por el que tanto soñaban.

Todo da un vuelco drástico en la vida de Jim cuando su mujer muere tras batallar contra una enfermedad, dejándolo devastado, y según los criterios de la Nasa, en condiciones psicológicas inadmisibles para un proyecto de tal envergadura; por lo que es hecho a un lado, relegado a una especie de “director técnico” de la misión, innecesario para la misma pero necesario a la vez, ya que nadie conoce todos los detalles cruciales tanto como él.




Parte de su grupo embarca al viaje; ya en Marte, se topan con la tragedia en una expedición para investigar un gran montículo que parece emitir ondas de radio. Luego de intentar rastrear la señal, de la misma montaña se levanta un gran torbellino con voluntad propia, que acaba con las vidas de los astronautas, pero dejando un sobreviviente. La base planetaria pierde todo tipo de contacto con la Tierra, y ante la encrucijada, se decide enviar una misión de rescate. Finalmente, Jim se hace con la oportunidad por la que tanto se había sacrificado, y junto a varios de sus compañeros y amigos, emprenden el viaje sin saber qué los espera en el planeta rojo.

Es aquí donde comienza la gran analogía, donde el concepto del viaje se abre a lo interno, centrándose en Jim. Todo el trayecto hasta llegar a Marte se convierte así en una metáfora enorme, que se adapta al detalle con aquella etapa que lo ha marcado a fuego en su historia, con ese viaje de vida que había comenzado a transitar junto a su mujer, quedando trunco y dejándolo a la deriva e inmóvil al mismo tiempo. El viaje espacial es su historia, que comienza con los mejores auspicios y la fe apostada a lo que vendrá, plácido y calmo, siguiendo un trayecto seguro, que con el devenir de los hechos comienza a mostrar sus aristas ante lo inesperado, partiendo de una lluvia de meteoritos que los golpea, los sacude y los marca; de allí en adelante ya nada será igual y todo se decantará en la tragedia, ya que luego de solucionar los problemas eventuales, se toparán ante la verdadera encrucijada, que los llevará a enfrentar el sacrificio y la muerte, quedando expuestos al vacío y el silencio del espacio exterior, a la total inmediatez de la deriva. A medida que se van sucediendo los hechos, podemos apreciar cómo Jim comienza a captar algo implícito allí frente a sus narices, cómo su rostro y sus actitudes muestran la certidumbre de lo inexplicable, sabiendo él mismo ese algo allí presente, aquello que trata de hablarle, que comienza a nacer, como una especie de percepción mayor o entendimiento al que todavía no tiene acceso consciente, pero que sin duda alguna lo está preparando para lo que vendrá, llegado el momento crucial. Jim sabe, pero todavía no entiende. Es el proceso lo que lo hará comprender que es él mismo quien se está hablando, explicando y entendiendo, aquello que le grita desde adentro que ya es hora.




Y la hora llega, estando ya en Marte, luego de encontrarse con uno de sus compañeros de la primera misión. El grupo decide volver a aquella montaña ahora descubierta del polvo marciano, que muestra en todo su esplendor un rostro gigante mirando hacia lo profundo del espacio. Descifran el enigma, y son invitados al interior de la antigua construcción. Dentro de la misma son testigos de los vestigios de una antigua civilización marciana que al enfrentar una catástrofe planetaria, deben huir al espacio, sin antes enviar a la tierra una cápsula con ADN que al caer en el océano, da inicio con la vida y su evolución. Jim comienza a comprender: “Ellos son nosotros, y nosotros somos ellos”, dice con una leve sonrisa cómplice.

Es entonces que todo se decanta, cuando se dan cuenta que la enorme construcción marciana es una puerta de invitación a las estrellas, al concilio entre las razas, a la unión entre unos y otros. Y es Jim quien toma la posta al aceptar la travesía, comprendiendo que ése es su lugar, que todo aquello que lo mantuvo inmóvil internamente debe ser soltado, debe irse, tanto como él mismo debe tomar un nuevo camino de ahora en más, una nueva aventura tan grande como la vida misma. Sus compañeros regresan a la tierra y Jim se interna en una suerte de cápsula, mientras los compases sublimes de Ennio Morricone comienzan a volar, cada vez más altos, más intensos, y un líquido transparente llena la cápsula, y Jim se asusta, intenta liberarse, hasta quedar sumergido y conteniendo la respiración, un momento, sólo un momento, hasta no soportar más, soltar el poco aire que queda en los pulmones y quedarse así al instante, atónito, darse cuenta que está bien, que en ese líquido amniótico está él, Jim, sólo él, muriendo y naciendo a la vez, soltando el lastre, abierto a lo inmediato, peregrino de una vida nueva, y así, abriendo los ojos lo ve, lo entiende, finalmente sabe, en esa mirada y esa sonrisa está todo aquello que fue, todo aquello que termina de encajar, la vida pasando frente a él, imagen tras imagen, hablándole, diciéndole, y Jim aceptando, Jim feliz, cuando la música encuentra el clímax apoteósicamente como la luz del amanecer entrando en las pupilas, como la vida misma estallando por los poros, como Jim que sonríe de ojos abiertos, muy abiertos, asintiendo levemente con la cabeza, comprendiéndolo todo, abrazado a la vida.




Y Jim se va, Jim vuela al espacio y las galaxias, estalla desde adentro como un mandala, se interna en el nuevo Jim, en sí mismo, tan lejos como tan cerca, un ser nuevo, el alfa y el omega, el principio y el fin, la flama de la esperanza; Jim es la caricia del renacer, Jim es un hombre amaneciendo, Jim soy yo.




8 comentarios: on "Catalizador"

Anónimo dijo...

Hola Juan... Soy Jorge, de Buenos Aires, supongo que aún me recordaras. Hace unos años que vivo en Madrid.
Supongo que este no es el mejor lugar para saludarte, pero... si vamos a moletar, lo hacemos bien, no??
Un abrazo

Clepsydra dijo...

Cada persona en su vida tiene su propia "Misión a Marte", está en cada uno saber descubrirla y llevarla a cabo. El poder continuar " a pesar de...", es lo que nos hace fuertes, nos da valor para mirar para atrás rescatando lo bueno y dejando lo malo en el camino, creciendo como ser humano y sintiendo que el presente es una nueva oportunidad para empezar a experimentar la mejor parte de nuestra existencia, que obviamente es lo que todavía no llegó.

Juan Cruz Mateu dijo...

Jorge, cómo no me voy a acordar de vos, por supuesto que lo hago. Qué aventura hubiera sido rajar los tres juntos a las Europas, eh? Espero que todo marche bien por allá, si le das al messenger nos cruzamos en algún momento. Mucha merde che, un gran abrazo.

Juan Cruz Mateu dijo...

Clepsydra, gracias por tus palabras, estamos de acuerdo, aunque personalmente creo que la mejor parte de la existencia es este momento, el eterno presente. Lo mejor es hoy, aquí y ahora, el pasado no existe, sólo es un recuerdo que depende de uno sea constructivo para el presente, y el futuro se convierte constantemente en esto que estamos viviendo ahora mismo. Te dejo un gran abrazo.

Anónimo dijo...

"No es posible regresar a ninguna parte. Los puntos de partida no se quedan quietos y a la vuelta ya no están. Para poder volver se necesita, por empezar, un punto de partida eterno e inmutable. Pero todo se mueve y no hay forma de detener el Universo. Créanme si les digo que nadie ha efectuado nunca jamás un verdadero regreso. El hombre que lo consiga cumplirá la hazaña más grande de la historia."

Juan Cruz Mateu dijo...

La profundidad del copy/paste en toda su expresión.

"Siempre es recomendable recorrer la vida a contramano, sobre todo si uno sospecha quien ha puesto las flechas del tránsito."

La resignación ante las cosas, el asentimiento de lo imposible, la aceptación del mundo y su devenir, son grandes rasgos de las mentes obtusas.

Res, non verba.

Febe dijo...

Rehola...me alegra leerte de nuevo.

Saludos.

Juan Cruz Mateu dijo...

Febe amiga, qué bueno cruzarte de nuevo... Vaya un abrazo para ti.

Publicar un comentario