Tarde o temprano usted notará que las uñas de su mano crecen. Lo mismo en la otra, y si observa que al final de cada una de sus dos piernas hay un pie, el asunto termina siendo un espanto de queratina. Justo cuando usted menos guarda su apariencia y más desprecia la cultura de lo superfluo, ese familiar viscoso o aquél vecino recalcitrante se aparece con un trabajo de manicura que da ganas de apalearlo hasta sentirse feliz. Luego mira cada una de sus uñas, desprolijas y aferrándose hasta la vergüenza de toda su carne, escucha el clamor, esos gritos minúsculos, y siente una lástima insufrible. Usted vela por libertad y justicia, simpatiza con movimientos humanistas y hasta participa en alguna manifestación cuando no hay partido; pero lamentablemente debe censurar la naturaleza, aunque le duela en el alma igual que unas anginas. Es verdad, para que no reine el caos debe existir algún tipo de control; remoto es el tiempo en que la paz y el amor eran estandartes de la más sentida generación que no pudo cambiar al mundo. Dulces los recuerdos de armonía y coexistencia, amplia la cúpula que atesora su ideal; pero usted deberá ahora cortarse las uñas, ya que si por el contrario elige tomarse un vermut en cualquier momento van a amotinarse de tal manera, que bastará una leve comezón en su cuello para que al momento de rascarse llegue la venganza como un zarpazo, repatriando chorros tibios en su camisa y comensales.
No es tiempo de vacilar; sus uñas lo odian y lucharán como nunca nadie ha defendido su existencia. Seguramente recuerda aquella discusión con su ex pareja, y todavía han de dolerle cada uno de los rasguños impartidos; pero sépalo usted, que estaba equivocado. Las causas y razones varían de cuando en cuando, pero generalmente son las mismas. He allí lo superfluo. Las crisis maritales no son otra cosa que un gran pasatiempo para ocultar la cruzada que mantienen las uñas contra los humanos. Quizá piense que esta advertencia es el fruto de un ferviente facundo de feria, pero ni la cacofonía podrá desteñir el siguiente, y más revelador de los hechos: usted está en pavorosa desventaja; son veinte uñas contra un humano, y van a vengarse en el próximo evento cotidiano.
Corra. Grite. Abandónese al caos. Porque el fin puede estar en la próxima caricia.
Seguramente ya tiene su tijera o cortauñas consigo. Ha dejado cualquier idea de libertad, igualdad y fraternidad en París (ya bastante tienen en Francia con las revueltas de vello axilar y la demanda insospechada de afeitadoras descartables). Es hora de sentencia y guillotina.
Para cortarse las uñas deberá usted estar muy atento y ser fuerte de carácter; muchos serán los momentos donde una lástima injusta se cuelgue por los recuerdos: esa picadura donde no ha llegado ni la más valiente de sus yemas, y su uña del meñique, sabia y laboriosa, hurgó en buen momento hasta hacerle sentir el éxtasis; aquél resfrío en su fiesta de confirmación, cuando todos prepararon la foto familiar y usted era puro mocos y baba, hasta la magnífica exploración de su índice en cada fosa nasal para barrer con la vergüenza que sería ver su rostro año tras año en los recuerdos de domingo; y por último pero no menos, la satisfacción de haberle arrancado el pellejo con todos los dedos a ese púber que recreo tras recreo atestaba de arena los bolsillos de su delantal. Para no caer en las redes del sentimentalismo es recomendable la más simple solución: emborracharse. Pero cuidado al hacerlo; puede ser un gran problema si al momento de cortar el mundo se escapa en vueltas; peor aún cuando la vista se dobla; verá usted la revolución en plenas narices y querrá escapar, olvidando que las uñas lo persiguen en su cuerpo. Y usted no quiere eso; usted quiere cortarse las uñas.
Una vez borracho y olvidados los recuerdos, extienda en el suelo una buena porción de nylon y acuérdese de alguna canción de cuna. A las uñas les encantan las dulces melodías. Busque calmarlas, y la oportunidad aflorará en el próximo compás. No se duerma, por favor. Será noticia de primera plana si lo hace. Cantando el arrorró, lentamente acerque su tijera extendiendo la mano pero haciendo de cuenta que va a aplaudir el final de la canción. Cuando crea necesario, grite repentinamente, ateste un seco movimiento, y lance la guadaña en picada contra sus uñas. Cierre, abra una y otra vez, disperse los trozos a diestra y siniestra, hurgue en la fina capa que expulsa su piel de cada invasión, llene de estruendos la noche, corte todo vestigio rebelde. Gane la guerra y extienda su bandera en el campo de batalla.
Querido lector; usted se ha cortado las uñas forjando el poderío de la razón sobre la barbarie. Contemple el premio servido al nylon. Es ardiente el triunfo y la sangre del fin, testigo inviolable de un paso rotundo; vasto el fuego de la determinación. Ahora junte cada trocito que haya resultado de un desliz, y marche al hospital, botella en mano. Nadie, ni los médicos, van a opacarle el festejo.
2 comentarios: on "Instructivo N° 1"
Ja. Esto ha sido como leer algún fragmento del inolvidable "Un tal Lucas". Muy bueno, sí señor!
Gracias Elchiado, los instructivos siguen la línea del maestro, como es evidente. Nacieron de la intención, ya hace tiempo, de retomar esa senda e intentar enriquecerla y continuarla, dentro de lo posible, así que seguirán apareciendo más instrucciones de vez en cuando. Un gran abrazo!
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