Era una hoja común y corriente, sin ningún detalle que la distinguiera; seguramente pertenecía a algún bloc o cuaderno de bolsillo, manchada de café y con la tinta corrida en varios lugares. Ni siquiera la letra manuscrita se mostraba dócil a la lectura, y era evidente un nerviosismo profundo en el trazo. La carta decía lo siguiente:
“Mamol, yo sé que andar pensando en estas cosas para vos no tiene sentido. Desde que te conozco siempre fuiste igual; Dios, lo esotérico, el destino y todo lo relacionado a las creencias populares siempre fueron tan importantes para vos como un pedazo de cemento seco. Yo nunca tuve ningún problema con respecto a eso; es más, creo que nuestras diferencias han sido siempre un gran catalizador en momentos de tensión y discordia, y esto nos ha ayudado a mantenernos a flote todo el tiempo que estuvimos juntos. Vos con tus creencias (o la ausencia de ellas), yo con las mías; Caín y Abel un poroto. Pero siempre fue el respeto mutuo, nunca la descalificación gratuita, y no dejo de agradecer que me tomaras como un igual aceptando lo que soy. ¿Te acordás cuando recién nos estábamos conociendo? Me lo habían anunciado, y no sólo eso, sino que sabía cómo iba a ser la historia de allí en adelante por muchos años. Veía señales en todo lo que nos pasaba, le daba sentido a cada pequeña particularidad, mientras vos no hacías otra cosa que reírte a carcajadas de mis ocurrencias. Era muy divertido pasar el tiempo así; el foco de luz que explotó en la plaza, el libro de Bucay, la hora exacta de tu encuentro con el flaco Spinetta, las llamadas por teléfono al presentir que nos pasaba algo... No sé, hoy pensar en eso no me importa tanto, porque lo que rescato es que al fin y al cabo estamos juntos y esa magia según yo, inmediatez de la casualidad según vos, nos llevó a construir nuestra historia de una manera muy particular y enriquecedora.
Yo sé que estoy enfermo de “extrema credulidad”, como me dijiste aquella vez en el bar del Sol. Nunca voy a olvidar lo mal que me sentí conmigo durante tanto tiempo, lo idiota que llegué a ser muchas veces. Siempre buscando respuestas a lo largo de mi vida, pensando que las iba a encontrar en otros lugares u otras personas. La religión, los perceptivos, las energías, campos mórficos, mediums, canalizadores, la sanación y qué se yo cuantas cosas más... Me estafaron, me llenaron la cabeza de porquerías, de creencias que eran humo; soplabas y todo desaparecía. Sin embargo yo seguía en la constante búsqueda, tratando de encontrar un rescate externo, cuando a fin de cuentas lo único que hacía era huir de mí mismo, del verdadero problema, de mis demonios. Vos siempre fuiste mi cable a tierra; desde el primer momento no sólo me escuchaste, sino que te compenetraste con mi incertidumbre. En la plaza me miraste con tu mejor cara de amor, y dijiste “¿Sabés dónde vas a encontrar la respuesta?”, apoyando tu palma en mi pecho. “Quizás necesites ver las cosas desde otra perspectiva, si querés yo puedo brindarte todo mi escepticismo”. Y rompimos en carcajadas, y estalló el foco, y con el destello noté tu cicatriz, te pregunté así muy de cerca y las chispas ya fueron otras. La pelota comenzó a rodar y acá estamos.
Pero esto que pasó ahora ya es demasiado. La plata me importa poco y nada, lo sabés muy bien; la reparto, ayudo a mis amigos y familiares que lo necesiten, compro una casa con todo para llevar un buen pasar, hacemos un viaje alrededor del mundo, qué se yo, no me va a alcanzar la vida para gastar toda esa cantidad. Tendría que estar feliz, saltando en una pata y despreocupado porque todos los problemas que se pueden solucionar con dinero ya no van a existir más.
Y no puedo mamol, no puedo con esto. Es más grande que vos, que yo, más inmenso que la vida misma. No me ridiculices, por favor, no quiero que entiendas, porque sé que se contradice con todo lo que pensás y creés; pero convengamos que las cosas se dieron tal cual me lo dijo Esperanza. Aceptalo como es; así de simple. Aceptá el misterio, abrazalo y dejá que sea. No quiero preguntarme más nada ni darle vueltas a la razón. Las cosas fueron dichas, y así pasaron. Conocerte en el negocio, tu sobrenombre, las primeras conversaciones, el ir y venir de nuestros sentimientos encontrados, el tiempo que se estiró como un chicle durante un año, el primer beso y la frase exacta, los comienzos de nuestro devenir, la muerte de la abuela, el perro que te mordió la pierna, mi operación, vivir juntos, ser felices, no poder tener un bebé... y ahora esto; la lotería.
Te juro que traté de no pensar en ello, pero es imposible obviar el detalle más importante. Cuando fui a tu trabajo con la noticia y el billete en la mano nos abrazamos fuerte fuerte, así como nos gusta a nosotros, y no pude borrar mi cara de preocupación. Te escuché una y otra vez; intenté restar importancia al final de la predicción, pero ni vos estabas convencida de lo que decías, tu inquietud era mucho más evidente que la mía. Y mirá que tratamos de seguir impasibles, pero no, fue un peligro tras otro que ya no podemos manejar, como si el destino estuviera a cada rato mostrando el camino y el final definitivo, mientras seguimos haciendo malabares para escaparle por un rato más.
Y yo así no puedo más, no puedo, me estoy volviendo loco. No quiero que te pase algo malo por lo que me ha tocado. No te merecés esto, mi vida. La tragedia es mía y de nadie más. Hoy después que te fuiste al trabajo salí al patio a regar las plantas, y mientras miraba las nubes se derrumbó todo el sector de la parra que está encima de las reposeras donde siempre tomamos mates. Fue horrible; toda una maraña de alambres y fierros ahí a medio metro de donde estaba parado, como anunciándome la hora. Ya no puedo quitarme la imagen y la posibilidad de que los dos hubiéramos estado ahí sentados en ese momento. No puedo. Primero el choque con el auto, después el bote que se hundió en el río, en navidad las balas perdidas, la semana pasada el horno que explota y hoy esto. Basta.
Ya no quiero seguir esperando más. La predicción de Esperanza debe ser cumplida; y si el destino es vago para actuar, entonces habrá que darle una mano. Esta ventura es mía y no quiero que dañe lo que más amo en el mundo. Por favor, no me odies; entendé que no hay otra opción. Viví tu vida de la mejor manera, y recordá siempre que este tonto quizás alguna vez tuvo razón. Sos mi pedacito de turrón, mi beso de buenas noches, mi luz en la niebla. Recordá siempre lo mucho que te cuidé y lo mucho que te sigo cuidando. No hay tesoro más preciado que todo lo que me diste desde la primera mirada. Te amo. Te amé desde siempre y desde siempre te voy a amar. Adiós mi Pupi, te voy a estar esperando ahí, donde vos pensás que no hay nada. Tu Pipu.”
Esperanza terminó de leer la carta, levantó la mirada, vio el rostro de Pupi y supo que estaba en problemas.
“Mamol, yo sé que andar pensando en estas cosas para vos no tiene sentido. Desde que te conozco siempre fuiste igual; Dios, lo esotérico, el destino y todo lo relacionado a las creencias populares siempre fueron tan importantes para vos como un pedazo de cemento seco. Yo nunca tuve ningún problema con respecto a eso; es más, creo que nuestras diferencias han sido siempre un gran catalizador en momentos de tensión y discordia, y esto nos ha ayudado a mantenernos a flote todo el tiempo que estuvimos juntos. Vos con tus creencias (o la ausencia de ellas), yo con las mías; Caín y Abel un poroto. Pero siempre fue el respeto mutuo, nunca la descalificación gratuita, y no dejo de agradecer que me tomaras como un igual aceptando lo que soy. ¿Te acordás cuando recién nos estábamos conociendo? Me lo habían anunciado, y no sólo eso, sino que sabía cómo iba a ser la historia de allí en adelante por muchos años. Veía señales en todo lo que nos pasaba, le daba sentido a cada pequeña particularidad, mientras vos no hacías otra cosa que reírte a carcajadas de mis ocurrencias. Era muy divertido pasar el tiempo así; el foco de luz que explotó en la plaza, el libro de Bucay, la hora exacta de tu encuentro con el flaco Spinetta, las llamadas por teléfono al presentir que nos pasaba algo... No sé, hoy pensar en eso no me importa tanto, porque lo que rescato es que al fin y al cabo estamos juntos y esa magia según yo, inmediatez de la casualidad según vos, nos llevó a construir nuestra historia de una manera muy particular y enriquecedora.
Yo sé que estoy enfermo de “extrema credulidad”, como me dijiste aquella vez en el bar del Sol. Nunca voy a olvidar lo mal que me sentí conmigo durante tanto tiempo, lo idiota que llegué a ser muchas veces. Siempre buscando respuestas a lo largo de mi vida, pensando que las iba a encontrar en otros lugares u otras personas. La religión, los perceptivos, las energías, campos mórficos, mediums, canalizadores, la sanación y qué se yo cuantas cosas más... Me estafaron, me llenaron la cabeza de porquerías, de creencias que eran humo; soplabas y todo desaparecía. Sin embargo yo seguía en la constante búsqueda, tratando de encontrar un rescate externo, cuando a fin de cuentas lo único que hacía era huir de mí mismo, del verdadero problema, de mis demonios. Vos siempre fuiste mi cable a tierra; desde el primer momento no sólo me escuchaste, sino que te compenetraste con mi incertidumbre. En la plaza me miraste con tu mejor cara de amor, y dijiste “¿Sabés dónde vas a encontrar la respuesta?”, apoyando tu palma en mi pecho. “Quizás necesites ver las cosas desde otra perspectiva, si querés yo puedo brindarte todo mi escepticismo”. Y rompimos en carcajadas, y estalló el foco, y con el destello noté tu cicatriz, te pregunté así muy de cerca y las chispas ya fueron otras. La pelota comenzó a rodar y acá estamos.
Pero esto que pasó ahora ya es demasiado. La plata me importa poco y nada, lo sabés muy bien; la reparto, ayudo a mis amigos y familiares que lo necesiten, compro una casa con todo para llevar un buen pasar, hacemos un viaje alrededor del mundo, qué se yo, no me va a alcanzar la vida para gastar toda esa cantidad. Tendría que estar feliz, saltando en una pata y despreocupado porque todos los problemas que se pueden solucionar con dinero ya no van a existir más.
Y no puedo mamol, no puedo con esto. Es más grande que vos, que yo, más inmenso que la vida misma. No me ridiculices, por favor, no quiero que entiendas, porque sé que se contradice con todo lo que pensás y creés; pero convengamos que las cosas se dieron tal cual me lo dijo Esperanza. Aceptalo como es; así de simple. Aceptá el misterio, abrazalo y dejá que sea. No quiero preguntarme más nada ni darle vueltas a la razón. Las cosas fueron dichas, y así pasaron. Conocerte en el negocio, tu sobrenombre, las primeras conversaciones, el ir y venir de nuestros sentimientos encontrados, el tiempo que se estiró como un chicle durante un año, el primer beso y la frase exacta, los comienzos de nuestro devenir, la muerte de la abuela, el perro que te mordió la pierna, mi operación, vivir juntos, ser felices, no poder tener un bebé... y ahora esto; la lotería.
Te juro que traté de no pensar en ello, pero es imposible obviar el detalle más importante. Cuando fui a tu trabajo con la noticia y el billete en la mano nos abrazamos fuerte fuerte, así como nos gusta a nosotros, y no pude borrar mi cara de preocupación. Te escuché una y otra vez; intenté restar importancia al final de la predicción, pero ni vos estabas convencida de lo que decías, tu inquietud era mucho más evidente que la mía. Y mirá que tratamos de seguir impasibles, pero no, fue un peligro tras otro que ya no podemos manejar, como si el destino estuviera a cada rato mostrando el camino y el final definitivo, mientras seguimos haciendo malabares para escaparle por un rato más.
Y yo así no puedo más, no puedo, me estoy volviendo loco. No quiero que te pase algo malo por lo que me ha tocado. No te merecés esto, mi vida. La tragedia es mía y de nadie más. Hoy después que te fuiste al trabajo salí al patio a regar las plantas, y mientras miraba las nubes se derrumbó todo el sector de la parra que está encima de las reposeras donde siempre tomamos mates. Fue horrible; toda una maraña de alambres y fierros ahí a medio metro de donde estaba parado, como anunciándome la hora. Ya no puedo quitarme la imagen y la posibilidad de que los dos hubiéramos estado ahí sentados en ese momento. No puedo. Primero el choque con el auto, después el bote que se hundió en el río, en navidad las balas perdidas, la semana pasada el horno que explota y hoy esto. Basta.
Ya no quiero seguir esperando más. La predicción de Esperanza debe ser cumplida; y si el destino es vago para actuar, entonces habrá que darle una mano. Esta ventura es mía y no quiero que dañe lo que más amo en el mundo. Por favor, no me odies; entendé que no hay otra opción. Viví tu vida de la mejor manera, y recordá siempre que este tonto quizás alguna vez tuvo razón. Sos mi pedacito de turrón, mi beso de buenas noches, mi luz en la niebla. Recordá siempre lo mucho que te cuidé y lo mucho que te sigo cuidando. No hay tesoro más preciado que todo lo que me diste desde la primera mirada. Te amo. Te amé desde siempre y desde siempre te voy a amar. Adiós mi Pupi, te voy a estar esperando ahí, donde vos pensás que no hay nada. Tu Pipu.”
Esperanza terminó de leer la carta, levantó la mirada, vio el rostro de Pupi y supo que estaba en problemas.
4 comentarios: on "Ventura"
Buen ritmo, Juan e inesperado final... pensé que la cosa acabaría aún peor. Me ha recordado en algo a esto: http://www.lamaquinadeltiempo.com/cortazar/manusc.htm Que supongo que ya habrás leído, pero nunca está de más releer a los maestros, no? Pues eso, me iré pasando por aquí. Un abrazo.
Elchiado, gracias por pasarte, mira que el Gran Cronopio es uno de mis maestros, pero echandole un ojo a los primeros renglones del texto me doy cuenta que no lo he leido nunca a ese relato, así que ni bien pueda me lo devoro. Pásate cuando plazcas, siempre eres bienvenido, yo voy a andar por tu blog también seguido, un abrazo!
La frase exacta
la mancha del café
la hoja ya no blanca
un bar en el Sol
Recordó
Gracias por tu visita y las palabras, Cíclopa, un abrazo!
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