Desconfío de lo mío; será que hay algo extraño en mi silencio, porque duerme tristemente sobre el tuyo. Renueva al buscar, sosiega caprichos y distiende en gemidos sinuosos, como la única razón de la vergüenza niña, vil animal que percibe lo que no es suyo. Luego despierto en un bostezo de gris afrenta, ante la imagen que perdí en el instante reflejo; me vuelco en lapsos para fijar la ambigüedad de una curva. No porque tema olvidar; es que esos momentos de carne y líquidos vuelven hacia abajo, con las ganas. Tienen voluntad y ganan terreno; llevan. El deseo busca refugio; porque si eres mi guía en busca de lo silente, fracaso al seguirte; porque si soy tu vigía te llevo al tártaro, juego la silenciosa carta del barro, un as de manga corta. Soy todo un soberbio tramposo.
Cuerpos; ¿qué os oculta, hijos del pecado? ¿Qué es el ansia en la vil injuria de la soledad? La piel del otro, un sabio cuero que cubre y enseña. Allí asedian caricias como látigos y uñas; las fuerzas de conquista desgarran en sumisión. Muy pronto se forjan caminos de lo intransitable y despega la fiebre, como el calor del verano en el asfalto. Y ante la desidia en esta rutina de actuar vestigios, habla el idioma del tacto, la lengua y los sexos.
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