Algo pasa de repente; pareciera que el velo de la realidad no estuviera en su sitio, o se ha desplazado hasta darle un tono impresionista a las cosas. Usted cierra y abre los ojos, vuelca sus dedos en párpados, lagrimea hasta la náusea y repite la acción como una película de domingo a la siesta; la gente alrededor interpreta según su bagaje: pena de amor, consanguíneo terminal, querella administrativa, piedra en el zapato y los etcéteras. Los ojos colorados, llenos de agua y sal, son puertas abiertas a la imaginación de un testigo azaroso. Pero la cuestión es otra. Usted tiene la vista nublada como una foto movida y fuera de foco, tan molesta como la cacofonía de reciente lectura; la edad comienza a pasarle factura y aquí no estamos para rimas, que no es nada bonito descubrirse miope así sin más, en plena limpieza dental o la cola de un banco.
Todo sigue estando en su lugar, no se preocupe; todo sigue igual. Las manchas y sombras que se mueven y pululan alrededor siguen teniendo la misma importancia que si pudiera delimitarlas con vista de lince. Usted está ahora ante una encrucijada existencial, de esas que pueden cambiar la vida entera tras una simple decisión. Siéntese un momento y medite lo siguiente: hasta hoy, ha conocido un mundo, producto de la unión entre su interior y el exterior, este último llegado a usted a través del sentido de la vista. El mundo ha tomado forma a través de sus ojos, pero la triste realidad es que usted no tuvo la más mínima participación en el proceso creativo del mismo. El estar corto de vista abre entonces la amplia gama del lienzo, presto a embadurnarse ante el pincel del creador. Quédese miope y tendrá al alcance de la imaginación una explosiva forma de hacer su Big Bang con el mundo, o en el caso de ir a misa todos los domingos, crear un Edén a gusto y piacere, con el hombre a su imagen y semejanza. Tal tarea se presentará como ardua; podrá entenderse si usted está demasiado ocupado con deudas impositivas, problemas de reuma y horóscopos de diarios. Hoy le es imposible anexar a la vida una nueva vida sin dejar viudas estas cosas tan importantes para su integridad. Ya es usted una persona hecha y derecha y lo torcido no va con sus formas. Y por supuesto, la solución ante el dilema se encuentra en los anteojos.
Los anteojos cumplen la misma función que las muletas o los bastones; asistir a un impedimento físico para lograr ejecutar de manera normal tal o cual acción. Aún así, mientras estos ejemplos de ayuda no son muy bien vistos por la norma (alguien con muletas será un discapacitado y el que use un bastón es un viejo), quien porte unos anteojos no será para nada un chicato, sino que recibirá comentarios de aprobación y halago, como por ejemplo que su rostro está hermosamente enmarcado y hasta cambia su temple, haciéndolo mucho más interesante; inclusive varios lo confundirán con un intelectual catedrático o filósofo mundano, dependiendo del grado de barba que usted lleve. Si es mujer, la situación cambia. Una fémina sin anteojos podrá ser la más hermosa criatura viviente, pero con ellos será una vieja. No hay estudios certeros sobre el sentido social de tales costumbres, pero que pasa, pasa. Otra gran diferencia con los dispositivos de tracción antes nombrados es que mientras los primeros nos llevan, a los anteojos se los lleva. La idea de dependencia ante cierto objeto para realizar las cosas más cotidianas es aquí pisoteada por un simple adminículo que cumple la misma labor, pero de una manera mucho más pintoresca y cosmética.
Así será que para dar una imagen con la que usted se sentirá medianamente cómodo ante los demás, deberá pensar en qué es lo que quiere transmitir. Hoy ya no importan la graduación de los mismos y su efectividad, tanto como qué le darán los anteojos: popularidad, aceptación, exclusividad, diferencia, etcétera. Una vez elegido el diseño del marco que querrá para su estampa, ahora sí vaya a lo de un oculista para realizar las mediciones pertinentes. Mire con un ojo, luego con el otro, diga la verdad y no se haga el machito. Miopía, astigmatismo, hipermetropía, vengan de a uno o los tres juntos, nada podrán ante sus anteojos.
Una vez obtenidos éstos, hay que aprender a usarlos. El ser humano ha sido verdaderamente creativo a la hora de hacer buen uso de los anteojos. Elegir la manera de llevarlos puede ser tan simple como determinante; muchos optan por la elegancia, haciéndolos colgar por una patilla en los bolsillos del pecho en camisas o chalecos, otros interesados en lo moderno los ubican sobre la frente y encima de la misma, forma tal que cumple una doble labor, emitiendo una imagen fresca del rostro mientras sostienen los cabellos en lo alto de la coronilla, modificando inmediatamente el peinado; algunos que persiguen la intelectualidad los posan en las ventanas de la nariz, casi en el final de la misma. Y quien busque dar la impresión del pensar, no tendrá más que tomar los lentes y morder levemente una patilla durante un tiempo. El abanico de posibilidades es amplio; pero quien esté interesado en la función básica y primigenia de los anteojos, deberá abocarse a la misma palabra, donde está explicado el secreto. Los anteojos se usan ante los ojos y no en otra parte. Son pedazos de vidrio encajados en otro pedazo de plástico o metal.
Ya ubicados en su lugar, pruebe un rato. Primero intente mirar; a su alrededor, arriba, abajo, a los flancos. Reconozca todo aquello que le ha sido impuesto desde el momento en que abrió los ojos sobre el regazo de su madre. Mire la calle, los semáforos, la gente, los autos corriendo de un lado a otro. Notará que no hay mucha diferencia con las manchas que vio al quedar miope. ¿Sabe usted por qué tienen tanta prisa? Ni se le ocurra preguntarles. Alce un momento la vista por encima de las azoteas. A que nunca ha contemplado el cielo tan azul y las nubes tan blancas, ¿eh?
Vaya a casa tranquilo; todo está en su lugar. Una vez en el hogar, intente lo siguiente: deje de mirar. Ahora trate de ver. ¿Cree que los anteojos ayudarán a diferenciar una cosa de la otra? Ande, inténtelo. Vaya al baño. Véase en el espejo. Ese es usted. Esa es su mujer que llega del mercado con las compras del día a saludarlo. Esos son sus hijos correteando por la casa sin parar. Esos son los impuestos que hay que pagar antes del día diez. Esa es la televisión ejerciendo el reinado. Ese es el reloj despertador que sonará a las siete. Ese es el mundo.
Tranquilo. Siempre que usted quiera, puede sacarse los anteojos para que todo pierda el sentido, y como hablamos anteriormente, darle forma al nuevo mundo. De qué manera hacerlo, sólo usted lo va a entender. Si pudo dejar de mirar para ver, media batalla está ganada, dijo la frase trillada. Lo demás será libertad e improvisación.
Desconfío de lo mío; será que hay algo extraño en mi silencio, porque duerme tristemente sobre el tuyo. Renueva al buscar, sosiega caprichos y distiende en gemidos sinuosos, como la única razón de la vergüenza niña, vil animal que percibe lo que no es suyo. Luego despierto en un bostezo de gris afrenta, ante la imagen que perdí en el instante reflejo; me vuelco en lapsos para fijar la ambigüedad de una curva. No porque tema olvidar; es que esos momentos de carne y líquidos vuelven hacia abajo, con las ganas. Tienen voluntad y ganan terreno; llevan. El deseo busca refugio; porque si eres mi guía en busca de lo silente, fracaso al seguirte; porque si soy tu vigía te llevo al tártaro, juego la silenciosa carta del barro, un as de manga corta. Soy todo un soberbio tramposo.
Cuerpos; ¿qué os oculta, hijos del pecado? ¿Qué es el ansia en la vil injuria de la soledad? La piel del otro, un sabio cuero que cubre y enseña. Allí asedian caricias como látigos y uñas; las fuerzas de conquista desgarran en sumisión. Muy pronto se forjan caminos de lo intransitable y despega la fiebre, como el calor del verano en el asfalto. Y ante la desidia en esta rutina de actuar vestigios, habla el idioma del tacto, la lengua y los sexos.
La idea del ejercicio fue la siguiente: elegir de una serie de textos presentados en la clase el que más nos gustara o movilizara, e intervenirlo. La forma de la intervención era libre, se podría entonces agregar texto, cambiar las palabras o el sentido de las mismas, utilizar el original y encajarlo en una creación nueva, etc. Terminé eligiendo un breve poema de Salvatore Quasimodo, que me impactó por su hermetismo y su fuerza devastadora. Tan cerrado como abierto, tan puntual como universal:
Cada uno está solo
sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol;
y enseguida anochece.
La intención fue entonces abrir un poco el poema y anclarlo, llevándolo a algo más puntual. El resultado de tal destrucción por parte de quien escribe fue el siguiente:
De pie a bruces, al ras en la altura;
se imparten reflejos donde el matiz
el tacto, el cuerpo en su elemento
y ocurre un lenguaje silente, rito de cercanía
a piel, boca y pliegues
para olvidar, un momento
que cada uno está solo sobre el corazón de la tierra.
Tarde o temprano usted notará que las uñas de su mano crecen. Lo mismo en la otra, y si observa que al final de cada una de sus dos piernas hay un pie, el asunto termina siendo un espanto de queratina. Justo cuando usted menos guarda su apariencia y más desprecia la cultura de lo superfluo, ese familiar viscoso o aquél vecino recalcitrante se aparece con un trabajo de manicura que da ganas de apalearlo hasta sentirse feliz. Luego mira cada una de sus uñas, desprolijas y aferrándose hasta la vergüenza de toda su carne, escucha el clamor, esos gritos minúsculos, y siente una lástima insufrible. Usted vela por libertad y justicia, simpatiza con movimientos humanistas y hasta participa en alguna manifestación cuando no hay partido; pero lamentablemente debe censurar la naturaleza, aunque le duela en el alma igual que unas anginas. Es verdad, para que no reine el caos debe existir algún tipo de control; remoto es el tiempo en que la paz y el amor eran estandartes de la más sentida generación que no pudo cambiar al mundo. Dulces los recuerdos de armonía y coexistencia, amplia la cúpula que atesora su ideal; pero usted deberá ahora cortarse las uñas, ya que si por el contrario elige tomarse un vermut en cualquier momento van a amotinarse de tal manera, que bastará una leve comezón en su cuello para que al momento de rascarse llegue la venganza como un zarpazo, repatriando chorros tibios en su camisa y comensales.
No es tiempo de vacilar; sus uñas lo odian y lucharán como nunca nadie ha defendido su existencia. Seguramente recuerda aquella discusión con su ex pareja, y todavía han de dolerle cada uno de los rasguños impartidos; pero sépalo usted, que estaba equivocado. Las causas y razones varían de cuando en cuando, pero generalmente son las mismas. He allí lo superfluo. Las crisis maritales no son otra cosa que un gran pasatiempo para ocultar la cruzada que mantienen las uñas contra los humanos. Quizá piense que esta advertencia es el fruto de un ferviente facundo de feria, pero ni la cacofonía podrá desteñir el siguiente, y más revelador de los hechos: usted está en pavorosa desventaja; son veinte uñas contra un humano, y van a vengarse en el próximo evento cotidiano.
Corra. Grite. Abandónese al caos. Porque el fin puede estar en la próxima caricia.
Seguramente ya tiene su tijera o cortauñas consigo. Ha dejado cualquier idea de libertad, igualdad y fraternidad en París (ya bastante tienen en Francia con las revueltas de vello axilar y la demanda insospechada de afeitadoras descartables). Es hora de sentencia y guillotina.
Para cortarse las uñas deberá usted estar muy atento y ser fuerte de carácter; muchos serán los momentos donde una lástima injusta se cuelgue por los recuerdos: esa picadura donde no ha llegado ni la más valiente de sus yemas, y su uña del meñique, sabia y laboriosa, hurgó en buen momento hasta hacerle sentir el éxtasis; aquél resfrío en su fiesta de confirmación, cuando todos prepararon la foto familiar y usted era puro mocos y baba, hasta la magnífica exploración de su índice en cada fosa nasal para barrer con la vergüenza que sería ver su rostro año tras año en los recuerdos de domingo; y por último pero no menos, la satisfacción de haberle arrancado el pellejo con todos los dedos a ese púber que recreo tras recreo atestaba de arena los bolsillos de su delantal. Para no caer en las redes del sentimentalismo es recomendable la más simple solución: emborracharse. Pero cuidado al hacerlo; puede ser un gran problema si al momento de cortar el mundo se escapa en vueltas; peor aún cuando la vista se dobla; verá usted la revolución en plenas narices y querrá escapar, olvidando que las uñas lo persiguen en su cuerpo. Y usted no quiere eso; usted quiere cortarse las uñas.
Una vez borracho y olvidados los recuerdos, extienda en el suelo una buena porción de nylon y acuérdese de alguna canción de cuna. A las uñas les encantan las dulces melodías. Busque calmarlas, y la oportunidad aflorará en el próximo compás. No se duerma, por favor. Será noticia de primera plana si lo hace. Cantando el arrorró, lentamente acerque su tijera extendiendo la mano pero haciendo de cuenta que va a aplaudir el final de la canción. Cuando crea necesario, grite repentinamente, ateste un seco movimiento, y lance la guadaña en picada contra sus uñas. Cierre, abra una y otra vez, disperse los trozos a diestra y siniestra, hurgue en la fina capa que expulsa su piel de cada invasión, llene de estruendos la noche, corte todo vestigio rebelde. Gane la guerra y extienda su bandera en el campo de batalla.
Querido lector; usted se ha cortado las uñas forjando el poderío de la razón sobre la barbarie. Contemple el premio servido al nylon. Es ardiente el triunfo y la sangre del fin, testigo inviolable de un paso rotundo; vasto el fuego de la determinación. Ahora junte cada trocito que haya resultado de un desliz, y marche al hospital, botella en mano. Nadie, ni los médicos, van a opacarle el festejo.
Apenas vio la luz en las salas de cine, “Misión a Marte”, film del talentoso Brian De Palma, acabó destruido bajo el yugo de la crítica especializada; muy pocos fueron benévolos en su apreciación, y en verdad, pueden entenderse las razones hostiles con el resultado final: objetivamente es una cinta obvia, fofa y llena de clichés. Más allá de estos detalles, personalmente creo que la crítica y gran parte del público no han entendido absolutamente nada. O quizás aquí entren en juego cuestiones subjetivas, que me han llevado a encontrar lo que otros no han visto en el film; de ahí el título de esta nota. Porque “Misión a Marte” no es una película de ciencia ficción, viajes por el espacio y suspenso; tampoco cuenta la historia de un rescate en el lejano planeta rojo, que deviene en el primer contacto de la raza humana con una civilización extraterrestre. Eso es sólo la cáscara del motor primigenio que late durante el transcurso de toda la cinta. Porque el film de Brian De Palma es, sobre todo, una historia de seres; un relato del ser, que pone en primer plano las cualidades que nos hacen lo que somos, humanos, por encima del gran apartado científico que prima a través de toda la trama. Es una historia de viajes, sacrificio y heroísmo, y a su vez, un relato de historias individuales, tan pequeñas a simple vista, pero tan enormes cuando se mira hacia adentro. Así como el espacio interminable se extiende allá afuera, De Palma hace hincapié en lo interno, en las marcas, lo que nos retrasa, nos frena, nos clava al piso sin poder despegar, y bucea en la idea del viaje, en este caso el viaje interno, para finalmente encontrar la liberación, la consciencia, el movimiento necesario para dejar ir, soltar lastre y fluir, levantando vuelo hacia un nuevo camino.
Entre naves espaciales, interminables botones, paneles, luces y efectos especiales, allí en el vacío y la total soledad del espacio exterior, De Palma traza el escenario para desplegar el verdadero viaje, ese devenir en el que Jim encontrará el rumbo, el centro, su hogar, la historia de aquí en más, lejos, tan lejos de todo como tan cerca de uno mismo, de lo que él es, y muchas veces somos.
Jim es un experimentado y exitoso astronauta que se ha preparado gran parte de su vida para lograr una hazaña histórica: ser el primer hombre en pisar el planeta Marte. Y no está solo en esta empresa, sino con grandes compañeros y amigos que son parte de la misión. Inclusive su mujer, también astronauta, participa del combo; junto a ella, Jim ha compartido su vida tanto como su trabajo, entrenando, proyectando y preparando ese gran viaje que les había sido asignado y por el que tanto soñaban.
Todo da un vuelco drástico en la vida de Jim cuando su mujer muere tras batallar contra una enfermedad, dejándolo devastado, y según los criterios de la Nasa, en condiciones psicológicas inadmisibles para un proyecto de tal envergadura; por lo que es hecho a un lado, relegado a una especie de “director técnico” de la misión, innecesario para la misma pero necesario a la vez, ya que nadie conoce todos los detalles cruciales tanto como él.
Parte de su grupo embarca al viaje; ya en Marte, se topan con la tragedia en una expedición para investigar un gran montículo que parece emitir ondas de radio. Luego de intentar rastrear la señal, de la misma montaña se levanta un gran torbellino con voluntad propia, que acaba con las vidas de los astronautas, pero dejando un sobreviviente. La base planetaria pierde todo tipo de contacto con la Tierra, y ante la encrucijada, se decide enviar una misión de rescate. Finalmente, Jim se hace con la oportunidad por la que tanto se había sacrificado, y junto a varios de sus compañeros y amigos, emprenden el viaje sin saber qué los espera en el planeta rojo.
Es aquí donde comienza la gran analogía, donde el concepto del viaje se abre a lo interno, centrándose en Jim. Todo el trayecto hasta llegar a Marte se convierte así en una metáfora enorme, que se adapta al detalle con aquella etapa que lo ha marcado a fuego en su historia, con ese viaje de vida que había comenzado a transitar junto a su mujer, quedando trunco y dejándolo a la deriva e inmóvil al mismo tiempo. El viaje espacial es su historia, que comienza con los mejores auspicios y la fe apostada a lo que vendrá, plácido y calmo, siguiendo un trayecto seguro, que con el devenir de los hechos comienza a mostrar sus aristas ante lo inesperado, partiendo de una lluvia de meteoritos que los golpea, los sacude y los marca; de allí en adelante ya nada será igual y todo se decantará en la tragedia, ya que luego de solucionar los problemas eventuales, se toparán ante la verdadera encrucijada, que los llevará a enfrentar el sacrificio y la muerte, quedando expuestos al vacío y el silencio del espacio exterior, a la total inmediatez de la deriva. A medida que se van sucediendo los hechos, podemos apreciar cómo Jim comienza a captar algo implícito allí frente a sus narices, cómo su rostro y sus actitudes muestran la certidumbre de lo inexplicable, sabiendo él mismo ese algo allí presente, aquello que trata de hablarle, que comienza a nacer, como una especie de percepción mayor o entendimiento al que todavía no tiene acceso consciente, pero que sin duda alguna lo está preparando para lo que vendrá, llegado el momento crucial. Jim sabe, pero todavía no entiende. Es el proceso lo que lo hará comprender que es él mismo quien se está hablando, explicando y entendiendo, aquello que le grita desde adentro que ya es hora.
Y la hora llega, estando ya en Marte, luego de encontrarse con uno de sus compañeros de la primera misión. El grupo decide volver a aquella montaña ahora descubierta del polvo marciano, que muestra en todo su esplendor un rostro gigante mirando hacia lo profundo del espacio. Descifran el enigma, y son invitados al interior de la antigua construcción. Dentro de la misma son testigos de los vestigios de una antigua civilización marciana que al enfrentar una catástrofe planetaria, deben huir al espacio, sin antes enviar a la tierra una cápsula con ADN que al caer en el océano, da inicio con la vida y su evolución. Jim comienza a comprender: “Ellos son nosotros, y nosotros somos ellos”, dice con una leve sonrisa cómplice.
Es entonces que todo se decanta, cuando se dan cuenta que la enorme construcción marciana es una puerta de invitación a las estrellas, al concilio entre las razas, a la unión entre unos y otros. Y es Jim quien toma la posta al aceptar la travesía, comprendiendo que ése es su lugar, que todo aquello que lo mantuvo inmóvil internamente debe ser soltado, debe irse, tanto como él mismo debe tomar un nuevo camino de ahora en más, una nueva aventura tan grande como la vida misma. Sus compañeros regresan a la tierra y Jim se interna en una suerte de cápsula, mientras los compases sublimes de Ennio Morricone comienzan a volar, cada vez más altos, más intensos, y un líquido transparente llena la cápsula, y Jim se asusta, intenta liberarse, hasta quedar sumergido y conteniendo la respiración, un momento, sólo un momento, hasta no soportar más, soltar el poco aire que queda en los pulmones y quedarse así al instante, atónito, darse cuenta que está bien, que en ese líquido amniótico está él, Jim, sólo él, muriendo y naciendo a la vez, soltando el lastre, abierto a lo inmediato, peregrino de una vida nueva, y así, abriendo los ojos lo ve, lo entiende, finalmente sabe, en esa mirada y esa sonrisa está todo aquello que fue, todo aquello que termina de encajar, la vida pasando frente a él, imagen tras imagen, hablándole, diciéndole, y Jim aceptando, Jim feliz, cuando la música encuentra el clímax apoteósicamente como la luz del amanecer entrando en las pupilas, como la vida misma estallando por los poros, como Jim que sonríe de ojos abiertos, muy abiertos, asintiendo levemente con la cabeza, comprendiéndolo todo, abrazado a la vida.
Y Jim se va, Jim vuela al espacio y las galaxias, estalla desde adentro como un mandala, se interna en el nuevo Jim, en sí mismo, tan lejos como tan cerca, un ser nuevo, el alfa y el omega, el principio y el fin, la flama de la esperanza; Jim es la caricia del renacer, Jim es un hombre amaneciendo, Jim soy yo.
La mediocridad humana se adquiere. De forma inconsciente, por herencia, educación o entorno; creo que es en vano discutir sobre esta afirmación. También están aquellos que la adquieren a conciencia, trocando sus voluntades por las exigencias del contexto en el que desarrollan sus vidas. Cabe preguntarse de qué manera una persona se vuelve mediocre, pudiendo intentar una analogía con otro de los tópicos que generan opiniones dispares: el talento humano. Hay quienes afirman que se nace con él, otros dirán que se lo forma, aquellos agregarán que es un ida y vuelta entre los genes de la ascendencia, mas el énfasis en estimular ese talento innato con el paso del tiempo. En relación a la mediocridad, podría pasar lo mismo. Para quien nace y comienza a desplegar su vida en un entorno mediocre, habrá dos caminos posibles: el primero, será vivir indiferente en ese entorno, envuelto en la naturalidad de su esquema de vida -que no es otra cosa que el esquema de vida de quienes le rodean-, y así cumplir un rol de engranaje. El segundo camino es mucho más complicado y riesgoso, pero no menos enriquecedor; será cuestión de encontrar alternativas que nos lleven a cuestionar nuestro mundo, lo que pasa en él, lo que nos pasa a nosotros mismos, y de una forma u otra ir abriendo los ojos ante lo estipulado y los dictámenes de pensamiento y roles, ya sean familiares, sociales, de relación o laborales. Esta apertura puede llegar de muchas maneras y por medio de distintas fuentes; lo que ya no cambiará nunca es que una vez abiertos los ojos, y habiendo incorporado las demás realidades a la nuestra, será imposible hacer caso omiso de ellas y obviarlas. Comienza así la eterna lucha, lucha por el ideal, por la utopía, lucha por la que correrán lágrimas de amargura y desazón. Porque quien abre los ojos y comienza el derrotero de capitanear su vida, su actuar y su pensar según decisiones propias, chocará innumerablemente contra los escollos de la mediocridad reinante, y muchas serán las piedras que lo harán trastabillar en la búsqueda de su ideal: indiferencia, cuestionamientos, incomprensión, desarraigo, acusaciones, prejuicios, falta de pertenencia; soledad. Quien quiera ser su propio dueño deberá sortear estas tempestades que los mediocres lanzarán sin piedad contra su pecho. El que haya abierto los ojos no tiene otra salida más que esta: luchar, y luchar. Constantemente. Y puede que la vida le vaya en ello. El valor que se impregne a la misma será el estoicismo ante todo y todos.
Podrá afirmarse entonces que el primer camino planteado es mucho más sano, menos pedregoso y más simple. Que la vida de esa manera es más llevadera. Y esto es verdad. Para los mediocres, la vida es simple. Pero como hemos dicho, una vez abiertos los ojos, imposible el cerrarlos.
Existe un tercer camino. El más despreciable de todos. Es el camino de aquellos quienes han abierto los ojos, quienes han descubierto la alternativa, la verdad indisoluble en un punto de quiebre para sus vidas, y tarde o temprano, mientras luchan una y otra vez contra las piedras, se dejan vencer o huyen de la senda. Y no hablo aquí de perder batallas; quienes tomen el segundo camino perderán inumerables. Hablo de perder la guerra contra lo mediocre. De volver al primer camino. De suicidarse en vida; para pertenecer, formar parte de algo, ser alguien, no quedarnos solos, para ser simples y sin cuestionamientos. Cobardes. Mediocres.
O tal vez simplemente quien tome el tercer camino haya sido siempre una persona mediocre, y el abrir los ojos la ha desplazado de su escencia natural. De ser esto posible, entonces sí se puede nacer mediocre, y mi primera afirmación es discutible.
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REVISTA SESAM – Nº 8630 de junio de 2010(suscriptores en los 20 países de
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